IGLESIA DE SAN ISIDRO LABRADOR

 

       La pequeña iglesia local de San Isidro Labrador de La Bobadilla, puede presumir -sin duda- de una pequeña gran historia que comienza en las postrimerías del siglo XIX cuando se ultima su construcción sobre los restos de una antigua ermita, pero ¿qué ocurrió hasta esa fecha? ¿cómo cumplía el bobadillero con  sus preceptos litúrgicos? Parece ser que los habitantes que componían la cortijada o alquería de La Bobadilla, agrupados entonces en  torno a dos núcleos de población: Las Pedrizas y Las Charquillas, hoy Fuente Hacha y Cerro de la Pincha, tenían que acudir para tal fin a las iglesias de Alcaudete; la de San Pedro, por ejemplo, conserva registros de bautismo, defunción y matrimonio de aquellos primitivos bobadilleros.

 

       Nuestros antepasados, los habitantes del “lugar” o “sitio” de La Bobadilla, si bien entonces no se habían constituido ni como pueblo, ni como parroquia -nos estamos remontando a finales del siglo XVIII- si que habían erigido dos sencillas capillas o ermitas en sus proximidades: la de Santa Rosa, levantada sobre un vado junto al río Víboras, junto a la desembocadura del arroyo de Villodres, hoy destruida, estaba dedicada a la santa de ese nombre y la celebración de sus festividad a finales de Agosto pudo ser la que diera origen a nuestra antigua feria, los días 28, 29, 30 y 31 de Agosto. Se conoce la existencia de esta ermita desde finales del siglo XVII pues su talla fue trasladada en medio de grandes festejos el día 13 de Julio de 1681 desde su primitivo emplazamiento en una capilla del convento de San Francisco de Alcaudete hasta la nueva ermita que se le erigió para regocijo de los muchos devotos que habitaban el Vado de Santa Rosa, lugar -entonces-  densamente poblado. De la otra ermita, sobre el mismo solar que hoy ocupa la iglesia actual, solo sabemos que era de humilde fábrica,  que disponía de campana  y que se había puesto bajo la advocación de San Isidro, si damos fe a lo que sobre ella nos cuenta Pascual Madoz en su famoso diccionario sobre las tierras de España, editado en 1843.

 

       En 1851, siendo reina de España Isabel II, se pone en vigor el concordato con la Santa Sede, por el cual el Estado Español se comprometía a mantener el culto y el clero como compensación por las secularizaciones y expropiaciones de bienes llevadas a cabo durante la desamortización de Mendizábal  de 1835 y otras posteriores. En virtud de ese concordato se hace un reajuste en diversas diócesis españolas; en la de Jaén, se establece la creación, dentro de la provincia, de treinta nuevas parroquias, entre ellas la de La Bobadilla.

 

       En 1856, cuando la iglesia sólo era un proyecto, se encarga a unos talleres de fundición de Torredonjimeno la fabricación de la que hoy es su principal campana.

 

       Siendo obispo de Jaén don Manuel María González Sánchez, se prepara un auto definitivo, era el 18 de Octubre de 1891, festividad de San Lucas, patrono de Jaén; por este auto se somete a la atención de la reina regente el mencionado reajuste de la diócesis que suponía la creación de la parroquia de La Bobadilla que por entonces comenzaba a despuntar como una aldea en auge. Desde San Sebastian, la reina regente María Cristina de Austria, que acostumbraba -como todos los monarcas de su época- pasar la temporada de vacaciones estivales en la costa Cantábrica, dio su real consentimiento al auto que desde el obispado de Jaén se le había enviado. Era el 1 de Agosto de 1892. Ese documento histórico, al igual que otros muchos, desapareció en la curia al ser incendiados sus archivos en las revueltas civiles de 1936.                

 

        La nueva parroquia así constituida, comienza su singladura pastoral  el 1 de Julio de 1893, teniendo como primer cura párroco a don Pascual Jiménez Calvo. A título de curiosidad podríamos decir que el 16 de Agosto de 1893 se registro en esta parroquia la primera defunción correspondiente al niño de siete años Nazario Escribano Pérez, y trece días más tarde el primer bautismo: la niña María Feliciana Rufían Zafra que había nacido el día anterior.

 

       Los materiales y formas arquitectónicas de esta iglesia son parecidos a los de otros de la misma zona y época, cuyo estilo podríamos definir como arquitectura popular religiosa andaluza, caracterizada  por tratarse de sencillas construcciones de mampostería revocadas con yeso y pintadas con cal. Consta, esta iglesia, de una sola nave rectangular, de planta basilical, con ábside a distinto nivel al que se accede por varios escalones. Esta separación estuvo reforzada en el pasado por sendas rejas de hierro forjado en ambos laterales. Tiene también coro y sacristía; tejado con vertiente a dos aguas, achaflanado en su parte posterior sobre el ábside y vigas de madera vistas sobre tirantas de hierro. La fachada principal está provista de espadaña, que hace las veces de campanario, en la que se alojan dos campanas: la grande, de la que ya hemos hablado anteriormente, es de 1856; la pequeña, perdida durante la guerra civil y enterrada por algún vecino para evitar su expolio, fue recientemente descubierta en el patio de la Academia en el curso de unas obras. Sobre la puerta, un reloj y una hornacina que contiene la imagen reducida del santo patrono.

 

       Lamentamos la ausencia de documentos o cualquier otro material gráfico que pudiera aclararnos como era aquella iglesia de principios de siglo, saqueada durante las revueltas de nuestra última contienda civil (1936/1939). Las imágenes primitivas que albergaba fueron destruídas, entre ellas una bonita y venerada imagen de la Virgen de la Cabeza (esposa de San Isidro) proveniente muy probablemente de la primitiva ermita, portaba en su mano una alcuza de aceite por lo que era  conocida cariñosamente como “la tía de la alcuza”. La tradición oral nos confirma que se trataba de una talla de madera vestida, seguramente de alto valor artístico.

La custodia fue uno de los pocos objetos que se salvó, al ser escondida por un piadoso vecino en su pajar.

 

       Hasta donde me alcanza la memoria, puedo recordar la imagen de un retablo que ocupaba todo el paramento frontal tras el altar mayor imitando las formas del gótico flamígero y esmaltado con una mezcla de colores de dudoso gusto. Las imágenes que lo adornaban y que -en su mayor parte- han llegado hasta nuestros días, carecen de valor artístico por tratarse de sencillas figuras seriadas de escayola. El retablo gótico se sustituyó por otro -el actual- mucho más discreto, compuesto por una serie de paneles tallados sobre madera de nogal proveniente de la desmembración de un antiguo púlpito.

 

       El deterioro de la techumbre así como la ampliación de la iglesia por su parte delantera, supuso el que, durante la reforma acometida en el año 1964, siendo cura párroco don Rufino Almansa Tallante, los actos litúrgicos se siguieran celebrando en el salón/cine de Varea, junto a la plaza. En el curso de esta reforma se talaron los gigantescos árboles que custodiaban la entrada, a la vez que se perdieron las recias puertas de madera así como las molduras de yeso que adornaban la fachada. La nueva, supongo que por razones económicas, adolece de una excesiva austeridad. Mientras duró la reforma, las imágenes fueron evacuadas y puestas temporalmente bajo la custodia de los vecinos más próximos; acabada ésta, volvieron a su emplazamiento primitivo las grandes figuras, pero se han seguido echando en falta las más pequeñas correspondientes a San Antonio, Santa Rita, la Inmaculada y una pequeña Sagrada Familia que había tras el sagrario. Agradeceríamos a los depositarios de estas imágenes su pronta devolución, pues su valor más que material es histórico y sentimental al haber acaparado durante años el fervor de muchos feligreses de La Bobadilla.

 

       En la actualidad, esta iglesia se enorgullece de la reciente ampliación de su elenco iconográfico con una bellísima talla de la Virgen de Gracia y Esperanza, creada por el escultor Guillermo Martínez Salazar en los talleres del famoso imaginero sevillano Juan de Abascal.