LA NECRÓPOLIS IBÉRICA DE LA BOBADILLA

Antonio Manuel Contreras Jiménez

 

 

 

            En el año l973, el profesor Maluquer de Motes, comisionado por el Consejo Superior de Investigaciones Científicas y el Instituto de Arqueología y Prehistoria de la Universidad de Barcelona, realizó el más exhaustivo y pormenorizado estudio que existe sobre la "Necrópolis ibérica de La Bobadilla". A partir de entonces, ese texto es referencia obligada  para todos aquellos que pretendemos hacer algún comentario sobre la citada necrópolis. En esta ocasión, cuando han transcurrido casi treinta años desde que en l968 realizáramos los primeros hallazgos, he pensado que es hora de narrar mis experiencias , más humanas y anecdóticas que puramente científicas , sobre lo que fue, como fue y lo que supuso aquel importantísimo descubrimiento arqueológico.

 

            El terreno de La Bobadilla ha sido tradicionalmente rico en este tipo de hallazgos, muchos de los cuales pueden apreciarse en las vitrinas del Museo Arqueológico de Jaén. Con frecuencia, al arar la tierra, los labradores tropezaban con urnas de barro ibéricas, tapas de cistas, tégulas romanas y alguna que otra lápida. Yo mísmo, ayudando en faenas de recolección de aceituna o simplemente paseando por el campo, he podido recoger varias hachas de piedra pulimentada del período neolítico, monedas romanas, multitud de tégulas e incluso un idolillo o ex-voto tardorromano de terracota cocida. Vecinos del pueblo descubrieron a principios  de los años sesenta los restos de una escombrera de cerámica  ibérica,  y a  mediados de esa mísma década, varios agricultores entregaban a nuestro cura párroco D. Rufino Almansa, varias urnas de barro así como el contenido de ellas: fusayolas, fálcatas, e incluso unas arracadas o pendientes de oro amorcillados y huecos, provenientes del cerro de la Pincha y del cerro del Esparto, ambos frente al actual cementerio. Parece ser que estos restos arqueológicos fueron donados por el propio D. Rufino al Museo Arqueológico de Jaén.

 

            El enorme interés que siempre mostré por la Historia en general y por el arte en particular; la reciente concesión de un carnet de "batidor" por parte de un programa de arqueología emitido por el canal único de T.V.E., entonces en blanco y negro, llamado "Misión Rescate"; y, por último, el estímulo que suponían los hallazgos antes mencionados; fueron los que motivaron que, aquel verano de 1968, me dedicase a la realización de prospecciones o excavaciones junto a mi primo Antonio Damian Contreras  y a nuestro común amigo Francisco Pérez Ibáñez, utilizando el sistema, reconozco que poco ortodoxo, de catas o pequeños pozos en aquellos lugares donde los restos cerámicos aparecían con mayor profusión.

 

            Tuvimos suerte, y ya en la cima del cerro del Esparto apareció la primera cista , formada con losas de caliza que protegían el enterramiento compuesto por varias urnas cerámicas tapadas con un plato. Esta mísma forma de enterramiento volvió a repetirse una y otra vez en las sucesivas excavaciones que volvimos a realizar tierras más abajo, junto a las eras existentes tras el cortijo de la Campanera . Nos encontrábamos ante un típico enclave de la cultura celtibérica de los "campos de urnas". Curiosamente los enterramientos aparecían a profundidades no superiores a 40 cm. del ras del suelo, razón ésta que explica el porqué muchas de las urnas aparecieron rotas por su boca. La reja del arado había arrastrado las tapas de las cistas dejando las urnas al descubierto y expuestas al agua y a los daños propios del laboreo. La dureza de la arcilla del subsuelo había contribuido, sin embargo, al buen estado de las partes bajas de estas mismas urnas, si bien había sido la causante  de la formación de costras calizas que destruyeron las pinturas que las decoraban, casi siempre formas geométricas a modo de bandas paralelas y círculos concéntricos en tonos azul añil y rojo burdeos mate y oscuro. El interior de las urnas, aparte de pequeños huesos, resultado de la incineración, contenía objetos que indicaban  la naturaleza de la persona enterrada: fálcatas de hierro (hombres), fusayolas y pondios o pesas de telar (mujeres), bolas y juegos de tabas (niños). Se encontraron también algunas  pequeñas vasijas de pasta vidriada, aryballos y amforiskos, utilizados por las damas nobles como botes para cremas o ungüentarios, originarios de Naúkratis, Rodas (Grecia) y Egipto. Multitud de platos, entre ellos uno de cerámica roja de sigillata hispánica  y otro negro de perfecto acabado, de origen griego y con dibujos florales en incisión. Estas piezas demuestran el floreciente negocio de los comerciantes de Tartessos: foceos, griegos de Jonia y cartagineses con las tribus indígenas del interior. Piezas que, por otro lado, tuvieron su réplica por parte de nuestros artesanos locales, ya que dentro del actual casco urbano de La Bobadilla se suponen, al menos, dos focos de fabricación de cerámica torneada: uno de pasta blanca o amarillenta, de mayor consistencia aunque sin decoración, y otro de pasta más fina, rojiza y porosa con engobe exterior en el acabado y pinturas a base de franjas paralelas, semicírculos concéntricos y líneas rectas o en zig-zag.

 

            La cerámica encontrada en La Bobadilla, de perfectos acabados exteriores a base de lechadas, fue empleada para usos domésticos y rituales de incineración. La necrópolis de La Bobadilla  estaría de esta forma muy relacionada con su vecina de La Almedinilla (Córdoba), y las joyas que en ella se encontraron  (torques de cobre y bronce, zarcillos de cobre y plata, anillos de oro de inspiración tartésica y juegos de arracadas de oro) demuestran la existencia de una joyería indígena autóctona sin influencias griegas ni púnicas, de una importancia tal, que bien podría equipararse a los tesoros de La Aliseda (Jaén) o del Carambolo (Sevilla).

 

            Nos vimos desbordados ante la cantidad y calidad de los restos arqueológicos que encontramos  y aunque habíamos puesto mucha ilusión en el empeño, pronto fuimos conscientes de la necesidad de unas excavaciones concienzudas y ordenadas, en las que se pudiera disponer de mayores dotaciones,  mejores medios y personal más cualificado. Por todo ello, dispuesto a propagar la noticia del descubrimiento, corrí a informar a una serie de amigos amantes de la arqueología como Enrique Escobedo Molinos y Rafael García Serrano de Jaén, a Juan Gerardo Espejo Machado de Alcaudete, a Juan González Navarrete, a la sazón director del Museo arqueológico de Jaén, y por último (y creo que ese fue el gran detonante) envié un informe detallado al programa "Misión Rescate" de  T.V.E., acompañado de una serie de planos de situación, dibujos, fotografías e información escrita sobre el yacimiento. La noticia fue seleccionada y premiada por la dirección del programa  que la consideró como uno de los descubrimientos más importantes de aquella temporada. A partir de ahí todo llegó rodado. El profesor Maluquer de Motes, aprovechando un paro obligado en las excavaciones de Puente Tablas de Jaén, acudió con su equipo a La Bobadilla para continuar las excavaciones de la necrópolis de las que tanto había oido hablar. Eso ocurría en Septiembre de 1972. Al año siguiente se publicaba el informe, aludido al principio de este escrito, en el que se daban a conocer pública y oficialmente los primeros datos sobre la necrópolis ibérica de La Bobadilla .

 

            Sabemos así que estamos ante una de las necrópolis ibéricas  más importantes de España, de sumo interés por estar fechada en el siglo VI a.d.C., por lo que se anticipa en más de un siglo a otras tan conocidas como las de Ceal, La Guardia y Peal de Becerro, todas ellas en Jaén, fechadas en el siglo IV a.d.C. La necrópolis de La Bobadilla, de la segunda Edad del Hierro, conocida en el resto de Europa como época de "La Tène", ha proporcionado por lo tanto, materiales e información de una de las etapas más vacías  y menos estudiadas de la arqueología andaluza. Se corresponde con la protohistoria o comienzos de la Historia en la península  ibérica, datando de estas fechas los primeros textos escritos. Poco sabemos de este pasado protohistórico, pues si bien los iberos tuvieron un alfabeto  que,  salvo pequeñas variantes regionales, fue el mismo para todos los pueblos desde el Ródano hasta Tartessos, su escritura, estructura de las palabras y sintaxis, aún no ha podido ser interpretada, a pesar de que filólogos de la talla del profesor Tovar hayan puesto en esta tarea todo su empeño.

 

            Como sabemos la demarcación territorial de La Bobadilla, incluida en la zona conocida como Turdetania , estuvo habitada por ibero-tartesios, melesos y gerifeños, muy relacionados con Obulco (Porcuna) de la que dependían política y económicamente, así como con sus vecinos de Tucci (Martos) y Sosontigi (Alcaudete). No sería por eso de extrañar  que en La Bobadilla estuviera alguno de los núcleos de población, pendientes de ubicar, tales como Aiungis o Hipocobulco, próximos a los anteriormente citados  y relacionados por los historiadores romanos en el Corpus Inscriptionorum Latinorum. Algunos como Plinio o Strabon ya se habían hecho eco de la existencia de estos lugares.

 

            Para terminar diré que los objetos citados a lo largo de este escrito, fueron en parte trasladados al Instituto de Arqueología de la Universidad de Barcelona para su restauración y estudio, en parte recogidos por D. Isidoro Lara  para su posterior donación y exhibición en el Museo Arqueológico de Jaén. Como simple aficionado a la arqueología quiero animar desde estas líneas a los estudiosos del tema para que prosigan sus investigaciones sobre esta necrópolis ibérica , e igualmente instar a las autoridades locales  y organismos competentes  para que en la medida de sus posibilidades dediquen fondos a la restauración de nuestro patrimonio histórico-artístico. Me vienen a la mente varios focos de actuación: el castillo de Alcaudete, el torreón árabe de La Bobadilla (cortijo de la Torre), el de las Casillas, el puente romano sobre el rio Víboras, bajo el puente de Hierro, tan bello como desconocido…Gastos que no son tales, sino inversiones  que a medio plazo podrían incluso ser rentabilizadas turísticamente. ¿O no?.