CONJUNTO PAISAJÍSTICO Y MONUMENTAL DEL PONTÓN

 

La zona ribereña del río Víboras, al sur de La Bobadilla, conocida como El Pontón, incluye la cortijada del mismo nombre. ¿Fue primero el huevo o la gallina? ¿Dio nombre el cortijo a la zona o la zona al cortijo? Más probable lo segundo si consideramos que la palabra pontón alude al viejo puente romano. Se trata de una agreste y bellísima zona disfrutada tradicionalmente por el bobadillero para quien constituye su parque natural más cercano.. El río tras recoger el agua de los arroyos Ahillos y Fuente de la Zarza, serpentea entre angostos farallones de roca caliza antes de llegar a los llanos del Vado Judío donde sigue recogiendo aguas, siempre torrenciales, de otros arroyos como los de Despeñabueyes  y Royaguazar.

Me remonto a los años cincuenta, época en que se dormía muy bien aunque no existiera el “flex”, los colchones de entonces se rellenaban de farfolla, borra, plumón o lana. Estos últimos eran los utilizados por mi familia que tenía la sana costumbre de -una vez al año- ir a lavarlos al río. El sitio elegido era El Pontón. El burro de mi tío José transportaba la lana y como siempre quedaba un huequecito sobre el pollino, los niños nos disputábamos el ocuparlo. Nuestra lucha comenzaba a partir del cementerio, pasado el cerro del Esparto y los cortijos de Micaela y La Campanera, y proseguía bajando el camino que atravesaba los cortijos de Peralta, Monterica y Buenavista, para llegar -por fín- al cortijo de La Torre. Este cortijo de privilegiado enclave, está adosado a una antiquísima torre de origen ibérico que debió formar parte de la serie de atalayas construidas por los íberos entre los años 400 y 200 a.d.C. bien por cuenta propia, bien en alianza con los cartagineses, y cuya misión principal era la de transmitir mensajes codificados. Plinio y Tito Livio nos hablaron de estas torres, estudiadas recientemente por Fortea y Bernier y encuadradas bajo el título genérico de Torres de Anibal, el torreón debió ser restaurado por los romanos y posteriormente convertido en un “ribat” islámico. Fue muy utilizado por los árabes dada su proximidad a otros torreones de la zona como el del Víboras, el del cerro de San Cristobal y el del cerro del Algarrobo. En la actualidad, este torreón, desmochado, tejado, encalado y adosado a un moderno cortijo, ha perdido gran parte de su encanto, pero no estaría mal ir pensando en su recuperación.

Cuando la comitiva de chavales que luchaba por encaramarse al burro llegaba al cortijo de La Torre, la etapa se daba por concluida y la parada era obligada para extasiarse unos momento viendo el magnifico Puente Yerro, llamábamos así, por su material de construcción, al elegante, vertiginoso y aéreo puente de hierro que salva un bellísimo cañón y que es un excelente exponente de la ingeniería civil del siglo XIX. El proyecto de su construcción data de los años 1852 y 1859, después de la celebración en Alcaudete de sendas reuniones, para hablar de las posibilidades de que la línea férrea en construcción entre Espeluy y Granada, pasase por su termino. En diciembre de 1865, esta moción recibe el beneplácito de la Real Sociedad Económica de Amigos del País que promete ayudar en el empeño, a lo que también contribuye el Ayuntamiento de Jaén que refrenda el proyecto en 1867. Esta vía no entra en funcionamiento hasta el 22 de Enero de 1893, acabados los tramos Cabra-Jaén y Espeluy-Linares. En este puente de hierro nada es superfluo y llaman la atención, desde un principio, su elegancia y esbeltez así como su soberbio armazón y los faraónicos pilares sobre los que se asienta. He tenido la oportunidad de cruzarlo a pie, y no me extraña que haya sido fuente de inspiración para artistas y de incitación para muchos que han decidido terminar allí con su vida.

Con suerte, si llegábamos al cortijo de La Torre antes de las 11 de la mañana, había muchas posibilidades de ver pasar por el puente al tren conocido como “el correo”. Para un niño de ocho o diez años que apenas había salido del pueblo, ver llegar el tren entre silbidos y arrojando el humo de los antiguos motores de carbón, era un espectáculo fascinante . Como aún no existían los “scalextric”, los niños disfrutábamos viendo aquel tren “de verdad”, soñando con llegar a ser de mayores, conductores de tren. El tren-correo se perdía, una vez pasado el puente, por la zona llamada de  Las Canteras, que a 514 m. de altitud domina toda la zona, y en la que han aparecido murallas ciclópeas, restos de un oppidúm o fortaleza ibérica, aún no suficientemente estudiada, pero que debió estar en íntima relación con sus vecinas de Bora (La Bobadilla)  y Almedinilla (Córdoba).

Esta zona de El Pontón, cantera y puente de hierro, sería una de las más bellas etapas de la Vía Verde del Aceite, si el proyecto de José Luís Luna Ramírez llegara a materializarse. Bobadilleros y alcaudetenses deberíamos aplaudir este proyecto que haría las delicias de los ecologistas y de los amantes de la bicicleta o el senderismo.

Aún no hemos lavado la lana de los colchones. Estábamos junto al cortijo de La Torre, desde allí hasta el río el camino se convierte en un fácil pendiente así que terminaban las luchas por subirse al burro e iniciábamos una loca carrera tutelada hasta llegar al Puente Piedra. Llegados allí mi tío nos lo señalaba: “-Mirad, muchachos, ahí tenéis el viejo puente de piedra que fue construido por los romanos”. Eran los escuetos datos que mi tío podía facilitarnos, y tuvieron que pasar muchos años hasta que pudiera ampliar mi información sobre el puente. De todas formas, la formidable impresión que ese puente me ha causado siempre, sigue siendo la misma. La lana se lavaba a la sombra del puente, bajo la higuera que milagrosamente ha crecido entre sus sillares de piedra, rodeados de un idílico paisaje cuajado de aliagas, retamas y adelfas. Por esta zona, el río irrumpe con fuerza entre los cantos rodados que arrastra su cauce y suena cantarín como en ningún otro lugar. Descubrí años más tarde que el -aparentemente sencillo- puente de piedra, formaba parte de la importante red de calzadas romanas que comunicaban la Hispania Ulterior, las provincias de la Bética y -dentro de ella- la submetrópoli de Iliberis. Si la Vía Augusta unía Cástulo con Córdoba, un desvío de ésta (según Estrabón y Polibio) atravesaba Cañete, Porcuna y Martos (Tucci) y desde allí seguía hacia el sur  pasando por La Bobadilla (Bora Cerealis), Alcaudete (Undituum / Sosontigi), continuando después por Cabra (Igabrun), Lucena, Anticara y Málaga (Malaca). Este tramo de la Vía Augusta, en conexión -también- con la Vía Ibérica que llegaba hasta Sevilla, fue conocido como Via Turdetana o Ruta de los Metales por la cantidad que de estos se transportaba desde las minas de Cástulo (junto a Linares) hasta Málaga donde eran embarcados. A lo largo de esta vía se han encontrado gran cantidad de piedras metalíferas procedentes de Castulo. Los romanos se aprovecharon de las vías ibérico- cartaginesas ya existentes, aunque mejoraron la pavimentación de la calzada, restos de ella son perfectamente visibles, remontando el cerro, junto a este puente.                      

El puente romano que nos ocupa, es un sencillísimo puente de un solo ojo, con gran apertura de luz, levantado sobre fuertes pilares y tajamares asentados directamente sobre la roca viva, sin cimentación alguna, lo que ha hecho que -a lo largo de los siglos- el río en sus torrenciales crecidas, haya ido socavando y desmoronando la argamasa y materiales de agarre de sus primeras hileras de sillares con el consiguiente peligro de derrumbe que ello supone. Los pilares de apoyo se componen de grandes sillares de perfecta talla sobre los que descansan las dovelas que forman un airoso arco de medio punto y roca desnuda. La única licencia decorativa que advertimos en este puente la constituye su sobresaliente línea de imposta que -a modo de festón- nos indica los comienzos del arco. Afea a este puente la balaustrada o quitamiedos que lo corona. Derruída la original por el tiempo, las riadas y la desidia, y tratándose de un puente que sigue estando en uso, se ha sustituído por feos paredones de mampostería o tapial. Puentes similares y de la misma época pueden verse -en la actualidad- a lo largo de esta “Vía de los metales”, próximos a localidades como Porcuna, Torredonjimeno y Fuensanta de Martos.

La jornada de lavado bajo los puentes de El Pontón culminaba con un suculento arroz guisado con conejo. Luego, en el pueblo, la lana se dejaba secar al sol y una vez seca había motivo para una nueva reunión familiar: era la ceremonia del “desmote” o “desmotado”, volver a estirar los ovillitos o motas de lana  que tras el lavado habían quedado apelmazados.

Tuvieron que transcurrir aún varios años hasta que me dejaran ir solo al río. Ya adolescente y aprovechando las vacaciones estivales, escapaba con mis amigos a la zona de El Pontón que nunca dejó de cautivarme. Solía disfrutar bañándome bajo sus puentes, aunque ahora el abanico de posibilidades, en lo que a movilidad se refiere,  era mayor: Podía subir, remontando el río,  hasta las pozas que había junto a la Venta de Pantalones o la Fuente de la Higuera, o bajar por el Molino del Despeñadero, sus huertas y cortijos hasta el Vado Judío, lugar cuyo nombre llamó siempre poderosamente mi atención. Fue gracias a nuestro paisano Manuel Arrebola Serrano que descubrí como el topónimo Vado-Judío, al igual que el vecino cerro de Matajudíos, bien pueden indicar la existencia, tiempos atrás, de judíos en ese lugar. En las inmediaciones de este cortijo, unos labradores, en el curso de sus faenas agrícolas, encontraron la tumba de un judío al que -en principio- confundieron con un obispo, al ir vestido con coroza (especie de tiara cónica) y sambenito(escapulario que se ponía a los penitentes reconciliados con el tribunal de la inquisición).   Para la vuelta a La Bobadilla podíamos elegir entre dos opciones: una más corta aunque más incomoda, que rebasado el cortijo de la Romera nos llevaba a  la zona comúnmente conocida como El Valle, o la otra, más larga  aunque más sencilla por transcurrir sobre carretera que, tras rebasar el cortijo de Galán y la Venta de Espejo, alcanza por el sur La Bobadilla. Es la misma carretera que une esta localidad con Alcaudete y Los Noguerones.

Soy consciente de que ni mis luchas por subir en burro, ni mi interés por ser conductor de trenes, ni el recuerdo de un exquisito arroz, tienen la menor trascendencia para el lector, pero -como siempre- si he conseguido interesarle por los puentes de El Pontón, por la ciudadela ibérica, por el cortijo de La Torre o el Vado Judío, creo haber cumplido.